Hablemos de... | Un jardín en Venecia - Frederic Eden

A  veces, no siempre, me gusta dejar que los demás decidan por mí. No en cuestiones importantes o relevantes para mi vida, pero sí pequeñas decisiones que me sorprenden y que me sacan de mi zona de confort. 

¿Por qué les digo esto? Porque este mes, junto a Santi, decidimos que queríamos leer algo para Noveno Círculo… pero la elección del libro no fue enteramente nuestra. Nuestros amigos de Gussi nos dejaron Un jardín en Venecia, y es así como este librito llegó a nosotros. Así que antes de hablar del libro, queremos agradecerle a Gussi los ejemplares y también por dejarnos conocer –y hacerles conocer a ustedes- una editorial no tan conocida –por lo menos ignorada por nosotros-, que tiene una edición muy cuidada y es atractiva desde el punto de vista estético.

Un jardín en Venecia fue publicado por primera vez en 1903 y, según Santi, denota claramente la época en la que fue escrito. Se nota el naturalismo, la estética que regía en ese momento.

El libro no es una historia que siga el principio Aristotélico… acá no tenemos comienzo, nudo y desenlace. Un jardín en Venecia es un relato, una documentación, si se quiere, sobre cómo se creó el jardín que terminaría siendo el más grande de Venecia. Desde la adquisición de las tierras hasta la realización, todo es narrado con un estilo directo y que fluye. 

En apenas catorce capítulos y 116 páginas, el autor construye un relato pintoresco, lleno de flores y evocaciones a la primavera. 

El libro está narrado con un objetivo estético donde se prioriza el cómo se dice más que el qué se dice. A través de las páginas podemos observar la crónica de una obsesión, cuyo detallismo en la realización de la titánica tarea parece encontrar su reflejo en la narrativa del autor.

“El hombre nunca es feliz del todo. Adán y Eva, me imagino, estaban hartos del Paraiso antes de que pecaran para marcharse de él; y yo, un insignificante descendiente con una pasión heredada por la acción y por el cambio cuando nada de esto puedo hacer, me cansé de la ociosidad diaria”.

Por cierto, y esto ya a modo de cultura general, el jardín a día de hoy está cerrado al público y pertenece a la Fundación Hundertwasser. La fundación lleva el nombre de un artista austríaco, su último propietario, que adoptó el concepto de putrefacción como símbolo de inmortalidad.